Páginas negras

VEGAB, relato breve


A la pregunta de ¿qué sentido tiene la vida? nunca le encontró respuesta; a fin de cuentas había tenido que vivir más rápidamente de lo que permite el ponerse a pensar y a los 14 ya estaba muerto.
Su historia, breve, no difería de la de tantos otros que nacen donde no quieren vivir y viven en una huida permanente, de la nada a la nada. No tuvo tiempo de entender a su familia, a su pueblo o a su dios; a esas edades ni si quiera la hambruna es del todo precisa, especialmente sin otro referente que poder contrastar. Nació donde y como le fue dado y nunca conoció otra cosa; sin lluvia, polvo, con lluvia, barro y siempre un eco sordo en el abdomen que otros someten al comer; algunos hasta tres veces al día, lejos, muy lejos de su mundo.
Una mañana cualquiera en que las moscas trataban de sorber la escasa humedad de sus lacrimales, una bala calibre 7,62 le separó el occipital del resto de su cráneo. Hombres del mismo color, armados con la variante china de 1956 del AK-47, masacraron el campamento donde sobrevivía; a la caída de la tarde 987 seres habían dejado de ser humanos y se apilaban como fardos sanguinolentos sobre el polvo rojizo de una tierra rica en óxido de hierro y en instrumentos de cuerda. No supo que ser el primero en morir fue la única muestra de fortuna que le deparó el destino en toda su corta vida; del resto, muchos conjugaron todos los tiempos del verbo sufrir con ignominia antes de abandonar las esferas del sentimiento.
Ocho días más tarde un fotógrafo free-lance dirigió su fotómetro Sekonic L-398 hacia lo que quedaba de su rostro reseco, seleccionó la velocidad de obturación 1/250 de su Nikon F2-R, abrió 1 punto y 2/3 sobre el diafragma propuesto por el cálculo de exposición para garantizar el detalle en las sombras, enfocó su Nikkor 85mm f 1.4 AI-S y trasladó a la Kodak Plus-X Pan ISO 125/22º sus despojos, que le valdrían un Wold Press Photo y cuidadas exposiciones copiadas sobre 50x60 Ilford Gallery nº 2 brillo.
Una noche, en que tras una inauguración Neoyorkina pasada de José Cuervo, cayó sobre la cama del hotel sin sacarse la ropa, soñó que todos los muertos que había fotografiado estaban representados por la VEGAB (Visual Entidad de Gestión de Anónimos Balaceados) y que reclamaban sus derechos de imagen, la copropiedad de premios y beneficios; el presidente, que no tenía catorce años, anunciaba pleitos de proporciones laocónticas y el establecimiento de acciones judiciales a nivel internacional que alcanzarían a todo el gremio de artistas de la guerra, galerías y editoriales.
Lo realmente terrible de los sueños es que están construidos fuera de toda regla, y por ello, todo resultaba contundentemente verosímil. Negociar con quienes ponían la carne en los conflictos parecía tener cierto sentido y, en su confuso sueño el –Todo se arreglará, denme unos días- parecía cuanto menos difícil. Una joven musulmana bosnia le espetaba en la cara que solo un hijo de puta como él podía haber hecho 15.000$ con aquella foto en que se la veía desnuda de cintura para abajo, con los muslos chorreando una sangre gris zona tres y con una bala en el ojo. Él aducía haber obrado como notario de la barbarie ante el acomodado primer mundo y no como un jodido cuervo –Yo he sido quien te ha rescatado del olvido, quien ha espoleado la conciencia de gente bienpensante- Ya, claro ¿y que hacía mi dolor en una sala del MOMA?¿Por qué se servían canapés entre los registros de nuestras muertes horrorosas?- Bueno, yo, en fin así son allí las cosas- ¿Cómo puede nadie sumar mis despojos a sus Stieglitz o sus Man Ray?- decía en amhárico un anciano etiope cuya progenie, como él, no pudo superar la última sequía – Joder, esto es de locos, yo soy un artista reconocido, mi trabajo es muy valorado por los mejores coleccionistas- Bueno, lo hecho hecho está, centrémonos en aclarar los aspectos económicos y en establecer un rígido protocolo que corte en seco esta flagrante desproporción en el reparto de los ingresos y de los honores- dijo el joven presidente mientras abría un descomunal maletín, lleno de detallados y voluminosos contratos.
En su sueño, el premiado fotógrafo no encontraba su móvil, por lo que establecer contacto con su abogado y su representante era inviable; asustado por su manifiesta incapacidad legal, suplicaba retrasar los acuerdos unos días razonables, ya que el problema afectaba a un vasto número de profesionales. Aquello se estaba poniendo cada vez más espeso y ya no sabía que argüir; sintió una cierta vergüenza al ver como se desplomaban sus argumentos entre el peso incontestable de tanto muerto y tanto dolor. Allí estaban todos los cadáveres que habían hecho famosos sus encuadres y él no lograba decir nada que aliviara a quienes ni siquiera retenían un nombre.
Lo despertó el servicio de habitaciones con el carrito del desayuno, la rosa y los periódicos de la mañana. Ya no bebe tequila.

Ángel

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