La conservación-restauración de bienes culturales es un mundo de satisfacciones íntimas, escasa proyección social y escuetas remuneraciones; pese a ello somos muchos quienes lo habitamos con entusiasmo. Pocas cosas producen una emoción tan sincera como dilatar la existencia del patrimonio común o servir de puente a las generaciones.
En la página web del Grupo Español del Instituto Internacional de Conservación (GE-IIC) una emocionada nota de Miguel Ángel Lorite, ha trasladado al colectivo la pérdida de Leandro de la Vega, cuya trayectoria profesional siempre ha sido un espejo, extraordinariamente aquilatado. Nos unía una larga amistad, ello me permite escapar del panegírico que acompaña a los obituarios y acudir a una cita de cuando Grecia era inmensa:
Muere joven aquél a quien los dioses aman. Es un precepto de la antigua sabiduría.
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